domingo, 24 de diciembre de 2006

Cuento del Haragan


Barrabás Cagaestacas, mas conocido como “ el haragán “ era un individuo tosco y malhumorado, tenia como ocupación, la limpieza y mantenimiento del cementerio local, tarea que solía compartir con su mujer “ la Encletica “
Barrabás y la Encletica formaban una pareja singular donde las halla, porque mas que por lo extravagante de sus ocupaciones, eran bien conocidos en el lugar por sus innumerables broncas, acentuadas por la ingesta sin control de tinto, tanto era así que en el pueblo se acuño una frase que rezaba…. Bebes más que Barrabas.
Cierto día ya en las horas postreras del crepúsculo, la Encletica ponía tanto empeño en adecentar la tumba de su difunto padre, Don Idolino, apodado en vida como “tío malo”
Como en acabar con una botella de vino, Quina Santa Catalina, que ocultaba bajo el refajo de su falda que ni cuenta se dio que la parte de la losa donde se apoyaba, se hundía bajo sus pies.
Apenas si le dio tiempo de decir “ay “que se encontró de bruces en la tapa de la vieja y corroída tapa del ataúd del “Tío Malo”.
Entre tanto Barrabas dormía la mona placidamente en la casa del sepulturero y no se hizo vivo hasta bien entrada la mañana del día siguiente.
La desdichada Encletica yacía casi sin sentido y con apenas aire entre la caja de pino y la losa de mármol sin poder mover ni un solo músculo de su cuerpo, intentaba en vano pedir auxilio, sin más respuesta que la de su propio eco.
Al despertar Barrabas, noto que algo raro pasaba, tenia por costumbre que cada vez que se despertaba con la resaca, cosa muy habitual, que su mujer le preparase una infusión de “Rabogato “una hierba silvestre con fama de diurética y sanadora de casi todos los males, le sorprendió ver que todavía estaban los platos de la cena sobre la mesa y no olía a picatostes, que era el desayuno que de corriente solían tomar en las mañanas.
Después de llamar a la Encletica a voz en grito, más de media hora, se convenció de que algo raro había pasado.
En el pueblo todo eran habladurías y rumores, puesto que como Cipriano, el correveidile del pueblo, también apodado “Zorritonto” que según parece es mas que tonto, se había encargado de publicar la noticia de la desaparición de la Encletica, por campos y calles del lugar.
Mientras en la casa cuartel de la Guardia Civil, Barrabas intentaba explicar los hechos de una manera atropellada y confusa. El cabo de la benemérita, conocido como”Amaro el guardia”, intentaba atar cabos de la narración de Barrabas, pero no resultaba nada sencillo puesto que todo lo que Barrabas contaba apenas si daba indicios sobre el paradero de su mujer.
Tanto el guardia, como el alcalde Don Casto y el maestro Don Francisco, allí presentes sabían a ciencia cierta, que el “Haragán“ podía ser borracho, gandul y huraño, pero no un asesino.
Se organizo una partida de búsqueda por todo el pueblo y alrededores, pero al cabo de todo un día de intenso registro, nada se supo de Encletica, ni la más mínima pista sobre su paradero.
Ya en la casa del “Haragán” y con la presencia del capitán de la Guardia Civil, Don Serapio, se iniciaron nuevas pesquisas en pos de aclarar tan extraña desaparición.
Cuando ya se cernía la sospecha sobre Barrabas y los rumores corrían como la pólvora, Isabelita la mujer de Amaro el guardia, y Don Francisco el maestro, descubrieron que en un jarrón cerca de la chimenea había un ramo de flores silvestres, y entonces se percataron de que las flores no encajaban en la casa como adorno, si no mas bien serian para alguna ofrenda o para algún difunto, y puesto que el matrimonio no era de los que habitualmente se pasan por la iglesia, pensaron que podía tratarse de algún difunto, o bien de la familia o bien de alguien que le dejo el encargo, así que con esas pesquisas y a sabiendas de que las flores eran un vinculo con los últimos movimientos de Encletica, interrogaron una vez mas a Barrabas, y este sin saber muy bien de que iba el asunto, dijo que no tenían por costumbre hacerse cargo de las flores de nadie, y que el único difunto que tenían en el cementerio era, Idolino el padre de Encletica.
Corrieron como alma que lleva el diablo, en dirección a la tumba del “tío malo” y al llegar se encontraron con el hueco en la fosa y la botella de quina vacía, pero de Encletica ni rastro.
Los rumores en el pueblo empezaban a ser la comidilla de todos los vecinos, muchos que conocían bien a Barrabas, no podían imaginar que hubiese cometido cualquier tropelía, pero otros no disimulaban su idea de que algo malo había pasado y que “ el haragán” tenia que ver en ello.
Mientras el capitán de la Guardia Civil, continuaba infructuosamente con sus pesquisas, y como le comentó a Don Casto-Sin cadáver, no hay crimen, además yo no creo que este pobre desgraciado sea capaz de hacer algo así, lo mas es que la mujer se cansó de él y lo dejó como cosa perdida-,
Mientras por la calles del lugar se pasea Cipriano, y justo al pasar por delante “del haragán”, le grita sin pudor “ Barrabas, Barrabas, que a la cárcel te vas” a lo que este ofuscado le contesta.. “ mal dolor de tripas tengas,”tontifalto”.
Llegados a este punto y sin que ningún indicio pueda acusar a Barrabas de nada, solo queda esperar, seguir buscando y esperar, decía Amaro con resignación.
Y así fue que pasaron los días y los meses y nada se supo del destino de Encletica, y mientras el tiempo pasaba, Barrabas consumido en su propia desesperación, se recluía en su humilde casa, sin apenas salir, mas que a comprar lo imprescindible y a la iglesia, de la que en estos últimos tiempos se había hecho asiduo. La bebida y quizás la culpa, decían algunos, estaba pasando factura al pobre desgraciado, cada domingo en la iglesia se le veía mas y mas decrepito, los mas se limitaban a mirarlo con cierto desprecio, algunos los menos, sentían lástima, y otros ni siquiera cruzaban una mirada, si no de soslayo. Para la mayoría de la gente del pueblo Barrabas ya estaba condenado.
Pasaron seis meses y el pueblo estaba en plenas fiestas, adornado de guirnaldas y banderines .Hoy como hace siglos las monjas del monasterio Trapense, cercano al lugar venían a rezar y cantar en la iglesia en honor de la virgen local, es bien sabido que esta orden religiosa, mantiene voto de silencio, y que solo en ocasiones especiales como aquella, pueden romperlo.
Barrabas ya sin trabajo y sin casa, a mucho pesar del alcalde, y como consecuencia de su desmedida afición a la bebida, pedía en la puerta de la iglesia algo de dinero para poder subsistir en aquellos difíciles momentos para el.
Fue a la salida de la misa del domingo, que una de aquellas monjas, se acercó al mendigante haragán, y le dejó sobre el piso una cesta de dulces y una botella de vino Quina Santa Catalina.. al ver la botella Barrabas alzo la vista y miro el rostro de aquella monja, y exclamó “ Encletica”- no Barrabas- contesto, -ahora soy Sor Virginia, y lamento que el voto que mantenía hasta ahora mi boca sellada, te haya condenado a esta vida lamentable, es ahora que me ves, que tienes que hacer como yo y dar un giro a tu desgraciada existencia, por tu bien y por el mío-.

1 comentario:

Miguel dijo...

Magnifica narración costumbrista.